ATERRIZANDO EN EL SALVADOR
Aterrizada en El Salvador comienzo a conocer a los que serán mis compañeros en la oficina de Médicos del Mundo. También, conozco a los vecinos de la colonia en la que residiré por seis meses y a los miembros de las organizaciones de base con los que trabajamos a diario en los proyectos.
La bienvenida que todos me dan es calurosa, amigable y amabilísima. Sus expresiones y gestos son los más dulces que jamás haya escuchado. Me esfuerzo en poder devolver estas bellas palabras y gestos a los que no estoy acostumbrada en España, pero que he descubierto que ¡me encantan!
Sin embargo, los salvadoreños también son sus silencios, sus susurros y sus palabras en voz baja siempre que pregunto por las pandillas, hablamos de los ‘muchachos’, de la violencia cotidiana, de las amenazas y extorsiones o de los abusos policiales. Palabras a medias y miradas que lo dicen todo, especialmente en los espacios públicos. Recelo de qué pueda oír el vecino de mesa en un comedor o de a quién hacerle confidencias.
Todas sus cautelas las entiendo como parte de ese ‘hay que cuidarse’ que cada uno de ellos practica individualmente y que tienen totalmente naturalizado en su comunidad. Pienso que es lo que les permite adaptarse a una sociedad asediada por una violencia estructural que amenaza su vida y su dignidad y, sobre todo, la de sus seres queridos. Porque, si algo tengo claro, es que para los salvadoreños lo primero es siempre la familia.
Por ahora, para mí El Salvador son sus personas, sus habitantes. Los salvadoreños y sus historias de superación, fuerza y lucha. Esta familia que me ha adoptado, que me ha abierto sus brazos y dado toda su confianza, en un contexto donde no es fácil hacerlo. Quiero corresponderles y trabajo duro día a día para estar a la altura de su bienvenida.
Artículo escrito por Esther Hernández, EU AId Volunteer en El Salvador.